Cuando una persona a quien he ayudado,
o en quien he depositado todas mis esperanzas
me daña muy injustamente,
pueda yo verla como a un amigo sagrado.
Generalmente, cuando ayudamos a alguien, tendemos a esperar algo a
cambio. Cuando una persona tiene una estrecha relación contigo tiendes a
esperar algo de ella. Y si esa persona, en lugar de responder positivamen-
te a tu bondad y compensarte por ello, te inflige daño, sientes indignación,
como normalmente le ocurriría a cualquiera. Tu sentimiento de dolor y
desilusión es tan fuerte y tan profundo que consideras perfectamente justi-
ficado reaccionar con indignación y enfado. Pero a un verdadero practi-
cante se le sugiere que no se deje llevar por esa clase de respuesta común,
sino que utilice la experiencia como una oportunidad para adiestrarse, co-
mo una lección y una enseñanza. El practicante debe considerar a esa per-
sona como a un verdadero maestro de paciencia, porque es en ese mo-
mento cuando se hace más necesario tal adiestramiento. Uno debe recono-
cer que esa persona es tan valiosa como un maestro precioso y difícil de
hallar, en lugar de reaccionar con enfado y hostilidad.
No obstante, no se está sugiriendo aquí que un verdadero practicante
deba ceder siempre ante cualquier perjuicio o injusticia que se le esté in-
fligiendo. De hecho, de acuerdo con los preceptos del bodisatva, se debe
responder a la injusticia con una fuerte contramedida, especialmente si
existe algún peligro de que el perpetrador del crimen vaya a proseguir con
sus acciones negativas o si otros seres sentientes pueden verse perjudica-
dos. Lo que se requiere es comprender bien la situación. Si ocurre una in-
justicia y no trae mayores consecuencias para el perpetrador del crimen ni
para otros seres sentientes, entonces, quizá será mejor dejar las cosas tal